i went to a party with my friends
we where expecting the same old
i found you dancing down the stairs
looking like a living ghost
of love
and dance
Aburrido. Tedioso. Inmisericordiosamente parco de interés. Así era el verano en Monterrey para Criss cuando sus papás no la mandaban a algún lugar muy lejano (y más fresco) a pasar el verano.
Pero un mes antes de vacaciones, en plena semana de finales, a Criss se le ocurrió llamarle a su mejor amigo Fausto, para salirse por unos toques a un parque cerca de su casa. Lógico, para desestresarse.
Mala suerte que algún vecino alborotado le llamó a la policía o algo, porque ya cuando se iban, Criss hasta había prendido un cigarro para el olor, cayeron dos camionetas llenas de policías con armas largas y una muy mala actitud.
Monterrey en plena crisis del narcotráfico, imagínate, hazme el chingado favor.
Para colmo, como era aquí cerquita se habían salido sin la cartera. El papá de Criss la obligaba a llevar su licencia en el carro para que no se le perdiera
—Pa, ¿y si necesito conducir el carro de alguien?
—¡Mira!—comenzó el papá de Criss con un tono que hizo a Criss lamentar haber abierto la boca, —¿y tú por qué vas a conducir el carro de alguien más? Para algo tienes tu carro. No. No. No. Tú conduces tu carro y los otros el de ellos.
—Bueno. —dijo Criss.
Con el señor Perfecto García era imposible discutir.
Por eso cuando a las tres de la mañana su mujer lo despertó para informarle que su hija tenía algo importante qué decirle. Y en la sala de su mansión, modesta, comparada con la casa blanca de la esquina, resultó que lo habían despertado porque su hija, la más pequeña de sus cinco hijos, era una malnacida drogadicta criminal sin ambición ni futuro aparente. La sentencia fue inapelable.
Te quedarás en casa el verano, sin carro y sin salir. Arresto domiciliario entre semana hasta que empiecen las clases, cita con el psiquiatra y jornada completa de trabajo forzado en el negocio de tu mamá los fines de semana. Por tu culpa, por tu culpa, por tu culpa. Fin.
Criss casi pudo ver a sus papás hacer la señal de la cruz cuando su padre hubo terminado, y ni el 97 final que logró en matemáticas sirvió para conmoverlos.
—Diles que te vas a suicidar si no te dejan ir.
—Estás bien puñetas, claro que no. —dijo Criss, dejando escapar el humo de tanta risa. —Luego cuando sí me quiera suicidar ni caso me van a hacer.
Estaban a la mitad de verano y ella a mitad de su castigo. Que no estaba tan mal, porque en teoría no podía salir, pero sus papás nunca estaban entre semana. Tenían mejores cosas qué hacer que revisar si su hija acataba o no las órdenes tal cuál eran. Y de sus cuatro hermanos mayores, solo uno aún vivía en la casa, y a él sí lo habían mandado fuera ese verano.
—Neta wei, ¿cómo le hace la gente? ¿Cómo le haces tú para no volverte loco en esta pinche ciudad? No hay una sola cosa interesante qué hacer.
—Drogas honey. —contestó Fausto, sin titubear. —Drogas, fiestas, sexo, internet. ¡Por eso te digo que vayamos a la fiesta!
Criss no estaba segura.
Por un lado se habían alineado las energías y el próximo fin de semana sus papás se irían a un rancho por quién sabe qué cosas de la empresa. Volverían hasta el sábado en la tarde, si no es que hasta el domingo, y por algún milagro del cielo ni siquiera le habían preguntado si quería acompañarlos.
Lo único es que al despedirse, su papá le aseguró que si se le ocurría alguna pendejada, que para Criss significaba hacer una fiesta o incendiar la casa, podía despedirse para siempre de los viajes al extranjero.
¡Nooooooooo!
Equis… a Criss le gustaba ir a fiestas, no organizarlas.
Milagrosamente ese viernes en la noche habría fiesta en la casa blanca de la esquina. Que había sido el domicilio particular de una familia de contratistas que luego huyeron a manejar sus negocios fuera del país, y la casa se le dejaron a un familiar lejano que se dedicó a rentarla un rato, hasta que se fue a perseguir una novia a Argentina, y la casa pasó a un amigo sueco que al parecer era amigo, conocido (unos decían que amante) de uno de los hijos de los dueños originales.
Quién sabe, el punto es que el sueco era muy agradable, estaba loco, nunca te negaba un toque y cada de vez en cuando, Fausto decía que antes de una tormenta que coincidiera con la luna llena.
—Te lo juro wei, chécalo. ¿Cuándo fuimos de party ahí por primera vez? ¿Hace como un año? Y en ese rato, se han hecho dos fiestas. Con esta tres, y ahora va a ser luna llena también. Te aseguro que estos días va a llover un vergo.
—Wei, ¿y es qué?
—Pues que es un brujo ese wei.
Según Fausto, había revisado las fechas de las pasadas fiestas y todo coincidía.
—Estás loco. —dijo Criss. —Aparte, ¿por qué estabas checando eso?
Fausto la miró, y por un segundo, Criss vio algo surcar los ojos de su amigo. Algo que podía reconocer, sin saber cómo nombrar.
Y ese era el problema para Criss. No con su amigo, para nada. Con la vida en general. Cuando se iba de viaje podía observar la vida de otra manera. Sentirse parte del repertorio también, y solo actuar. Vivir, ver, ser.
Aquí en cambio. Pues sí, no había otra manera de ponerlo. Criss sentía “algo”, “eso”. The spleen. Daba igual que ya no estuviera de moda. Como una tachuela en el zapato, como tener las manos clavadas a una cruz. El spleen, terrible y abominable que todo lo devoraba, que todo lo consumía. Hasta el aire, dejando al mundo inmerso en el vacío.
–Wei, has estado leyendo demasiado. —le dijo Fausto, terminando de triturar las pastillas que le daba a Criss el psiquiatra. —Vamos a la pinche fiesta.— dijo, y aspiró.
—Bueno —dijo Criss, y aspiró también. —Vamos.
Continuará….
Cuéntame en comentarios si te da curiosidad saber a dónde va esta historia. Tus comentarios son muy valiosos y en verdad me motivan a seguir. Sobre todo, para terminar de escribir historias como ésta, que surgen de forma natural, sin haber sido planeadas y que demandan más tiempo para poder terminarse de escribir.
Así que gracias por comentar y si te gustó por compartir mi historia.
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