Novio de cuarentena | #50
Él llegó con la cuarentena. Sus cajas, sus hábitos y su sonrisa todo llegó a mi vida en marzo. Mientras acomodaba sus cosas por el depa, en el fondo se escuchan el iPad y las noticias donde el presidente anunciaba las medidas preventivas. Por lo menos un mes encerrados, sólo podemos salir a comprar comida y a pasear el perro; lástima que no tenemos uno. Esas son las indicaciones. La verdad, no me importan mucho. Poco a poco me acostumbro a ver su silueta entre mis muebles. Escuchar su voz, que tanto me gusta, entre las paredes de mi hogar. La verdad me encanta este hombre. Es un poco todo lo que me gusta. Recuerdo cuando después de tener muy malas experiencias amorosas, mis amigas me decían “ya vendrá el indicado”. Creo que finalmente llegó. Veo en él todas las cosas que me gustaban en mis relaciones pasadas. Es atento, inteligente, divertido, me quiere y es muy guapo. A mi madre le encantaría. Muero de ganas de llevarlo a la cena de Navidad para presumirlo a todas mis primas. Finalmente, alguien estable y bueno en mi vida.
Él es de esos hombres que no habla mucho. Realmente gran parte de la conversación la hago yo. Pregunta cosas ocasionalmente, asiente o me sonríe. Le gusta cuando cocino y cómo el olor danza por la casa a mediodía y a la hora de la cena. Hemos aprendido a convivir en este encierro. Hay horas en que me olvido de su presencia y luego él vuelve a abrazarme por la espalda. Su olor es básicamente el refugio al que voy cuando la incertidumbre de toda esta situación me golpea. Mis amigos me han dicho que les parece raro. Yo prefiero pensar que es excéntrico. No le gusta saludarlos cuando hacemos videollamada pero bueno, es parte de su personalidad.
Él acomoda las cosas que he traído del súper. Le cuento cómo la gente tiene fobia y está a la defensiva. Le cuento cómo he conseguido triunfante papel de baño y de mi debate sobre si comprar verduras empacadas o no. Aún no termino de sentir en la piel la idea de que toda superficie puede ser una potencial amenaza para mi salud. Estoy tan impresionada viendo lo que sucede que olvido mis propios movimientos. Mientras él pone las últimas cosas en la estantería comentamos la insensatez de Trump, los conflictos en la Unión Europea y la promesa del verano. “Quiero ir a Grecia cuando todo esto acabe” le digo. “Veremos, guapa”, me dice con su voz tranquila mientras dan las diez.
Él deja sobre mi piel una hermosa sensación cuando hacemos el amor. Desde que esto comenzó meternos en la cama es un intento de ponerle pausa a todo. Dejar que el mundo de allá afuera siga girando violentamente mientras yo contemplo sus ojos claros. Le cuento de mis miedos sobre lo que hará esta economía con mi búsqueda de trabajo, incluso le comparto que ya no sé si tener una familia tenga sentido. La crisis pareciera que se extiende más allá de nuestro confinamiento. Veo por la ventana a la gente repartiendo comida en motocicletas y en sus rostros hay una angustia agresiva. Nos sentamos a la mesa y su presencia deja ir mis temores mientras comemos ensalada.
Él y yo al final del encierro no podíamos tener una conversación sana. No sólo ya habíamos platicado de todos los temas que uno puede haber platicado, pero su presencia me era insoportable. Su olor estaba por todos lados, su voz penetraba en mi cabeza. Nos dejamos de querer como al inicio. Fueron semanas, meses creo, de verle y verle y verle. Días enteros en que la humanidad se concentró en él. Ahora que la vida regresa poco a poco a la normalidad sólo pienso en que él nunca me quiso como yo a él. No lo he vuelto a ver desde que el encierro terminó.