-a Mía
PRIMERA PARTE
1
Esa madrugada en la jefatura de policía decir que el ambiente estaba bien pinche tenso era decir muy poco. Siete renos tras las rejas, uno perdido, Rodolfo en la perrera. Santa inconsciente en otra celda, sin zapatos, sin sombrero, un ojo morado tan hinchado que apenas toda la magia de la Navidad para encontrarle forma de ojo. Frente al escritorio del oficial en turno, Mamá Claus, con una bolsa de hielo bien apretada contra su boca ensangrentada rendía declaración. Más allá, en silencio, una mujer con el labio partido cubría con su manto del color de las estrellas a un niño dormido en brazos. Frente a ella un negro vestido de oro y un albino con un cofre en las manos aguardaban a ser llamados para dar también su versión de los hechos. De ellos solo faltaba el chino, el que olía rico. Pero la policía lo había encontrado en tal estado que tuvieron que llevarlo antes al hospital.
Para el agente Gordón, oficial al mando esa noche, dado que ninguno de los superiores se había molestado en aparecer, las cosas estaban más claras que la piel del albino ése. Este año no habría Navidad. ¿Cómo haberla? Si los principales responsables de repartir armonía y regalos en el mundo estaban presos en su jefatura.
Al gordo lo iban a sacar en cuanto llegaran por él los duendes, de seguro. Pero sin renos, a esas horas, desde tan lejos. Gordón no los esperaba pronto. ¿Además qué iba a hacer con los otros? A ellos quién los iba a sacar, ¿una estrella?
El agente Gordón rechinó los dientes, ¡qué joda chingadamadre! ¿Cómo habían terminado las cosas tan mal? Ahora no solo su hijo, que ya lo odiaba por no ser el súper héroe que siempre le juró ser, y su hija que también lo odiaba por no ser guapo, joven y caga lana como sus ídolos de Netflix, y su esposa que para colmo lo odiaba también por no ser un mariquetas sentimental como se suponía que debían ser los hombres de hoy; lo odiarían más por ser el grinch que arruinara la Navidad. No, ahora también lo odiarían todos los niños y padres y madres del mundo que aguardaban con ansias el amanecer que iluminara los regalos junto al nacimiento, o por lo menos bajo la ramita improvisada de un árbol. Algo por lo cuál decir “bueno, pues por lo menos algo de esta jodida chingada convivencia vale la pena”. Pero ahora ni eso, y evidentemente la culpa caería en él. Siempre él, todo él. Pero la ley era la ley. Y mientras él estuviera a cargo, nadie pasaba por encima. Gordón resopló. Pues ni modo, chamba es chamba cualquier día de la semana los 365 días del año. Navidad incluida.
—¿Cómo vamos Watson? ¿Quién comenzó este pinche desmadre? —preguntó Gordón al oficial que estaba registrando las declaraciones. Estaban en la salita del café a donde había huido tres segundos el pobre oficial Watson, cuando terminó de tomar su declaración a la señora Claus.
—Esa mujer es una pinche lépera mal hablada —se quejó Watson sirviéndose un café aguado y apestoso. —Ya ni porque tiene entumida la boca, chingado. ¿Cómo terminaron así las cosas?
—Eso mismo me pregunto yo Watson. Creo que esto nos va a tomar lo que resta de la noche. Deberíamos ir pidiendo unos tamales tan siquiera, para no pasarla tan mal.
—Sí señor, ahorita los pido.
—¿Entonces? ¿Qué dice la vieja? — preguntó Gordón, dándole unos sorbos a su café. Que por lo menos estaba caliente.
2
Lorena odiaba la Navidad. Empezaba a sentir el sabor a vómito en la garganta desde Julio. Cuando empezaban a sacar las luces y los adornos navideños en las tiendas departamentales. Las arrugas prematuras de su rostro se hacían todavía más visibles en octubre porque a quién sabe qué idiota del marketing se le había ocurrido combinar Día de brujas con especiales navideños. Para colmo, desde Noviembre su madre olvidaba por completo que existía, excepto para ayudar con el trabajo de tener limpia y lista la casa, para la llegada de sus hermanos mayores, y sus familias. Dos hermanos mayores casados y con hijos, todos hombres más su gemelo, que para mala suerte de Lorena también era como tres minutos mayor. Y ya solo por eso, y por tener una manguera entre las piernas, tenía toda la autoridad para andarla mandando de aquí a allá. No que ella le hiciera caso, pero eso siempre le había traído problemas sobre todo con su mamá.
Es tu hermano mayor.
Hazle caso.
Haz lo que te dice.
Te lo dice por tu bien.
¿Desde cuando que te digan a la cara que eres bien rara y una pendeja, es “por el bien” de nadie? Para empeorar las cosas desde que su papá se había muerto, como los mayores ya no vivían ahí, ahora su gemelo había pasado a ser “el hombre de la casa”. Que de hombre solo tenía los huevos y ni eso, porque Lorena conocía vatos más peludos y “más hombres” que ni testículos tenían. Así que a chingar a otra con esas pendejadas.
La verdad es que Lorena había olvidado desde hacía mucho por qué aborrecía tanto la Navidad. Que solo tenía de bueno la comida, las vacaciones, y las pedas con sus amigos. Aunque luego tuviera que aguantar con cruda y todo, las inquisiciones de su madre.
¿Dónde andabas?
¿Con quién?
¡Mira cómo estás!
¿Y qué si te hubiera pasado algo?
—Pues al menos así tendría una mínima idea de que te importo —reflexionaba Lorena en silencio. Esperando a que su mamá se cansara de regañarla. Quién sabe por qué, pero Lorena sospechaba que a lo mejor su familia tenía algo que ver con el disgusto tan dlv que sentía por esas fechas, y tanta pinche jotería que los regalos, la convivencia y la chingada.
Pero este año sería diferente. Lo tenía decidido. Este año ella sería el grinch que arruinara la Navidad para que todos en su familia sintieran aunque fuera una pizquita del disgusto que sentía ella por tener que soportarlos.
¿Pero cómo? Lorena no tenía idea de cómo arruinar la Navidad. Ignorarla e irse lejos solo serviría para ella pasarla mejor, pero no le arruinaría la Navidad a ellos, y ella solo quedaría como la loca amargada de la familia. Como siempre. No, lo que necesitaba era un plan maquiavélico. Una estrategia global que arruinara la Navidad en todos los rincones de la tierra.
La inspiración de cómo lograrlo le llegó un tarde camino a su casa, a pocos días de Navidad. Ella que siempre miraba al suelo al caminar, por quién sabe qué magia del destino miró al cielo y vió la primera estrella de la noche brillando roja como un corazón en llamas.
—Deseo…. —empezó, sin saber exactamente cómo decir lo que deseaba. Pero de alguna manera logró decir algo. Y cuando hubo terminado su deseo la estrella brilló más fuerte y de un momento a otro, desapareció.
3
Esa noche, Lorena despertó de pronto, sin saber por qué. Se sentó en la cama insegura. ¿Estaba de verdad despierta? De pronto ya no recordaba bien con qué había estado soñando hacía tan solo un momento. ¿Algo de unos renos? Sí, un reno le estaba diciendo algo de… ¿de qué? Lorena no lo recordaba. Se acomodó de vuelta en la cama, dispuesta a dormir, pero entonces algo le resopló encima —¡Que te levantes! — le ordenó una voz, como Lorena no había escuchado jamás en la vida.
De un salto Lorena encendió la luz y por poco se orina encima. Frente a ella, inmenso, la miraba un reno, los ojos negros, la nariz roja.
—¿R…rrr…rr…rrrodolfo? —logró decir pellizcándose fuerte para despertarse ya bien. Pero no. Sí estaba despierta, bien despierta, y en su cuarto frente a ella mirándola fijo a los ojos, había un reno.
—Yo también quiero arruinar la Navidad — escuchó que decía el reno, aunque en ningún momento abrió la boca. Si no eres cobarde como suelen ser los de tu especie, puedes ayudarme a lograrlo.
—¡Eres un reno! —logró decir Lorena, incrédula.
—Sí… — contestó el reno.
—¡Eres Rodolfo el reno!
—Sí…
—¡Y hablas!
Fastidiado, Rodolfo volvió a resoplar y golpeo con la pezuña el piso, como para sacarla de su sorpresa.
—No hay tiempo para esto muchacha, ¿quieres o no arruinar la Navidad?
—Sí… sí quiero. —respondió Lorena tratando de controlarse. Qué putas chingados wow. Esto tenía que ser un sueño. Pero ya le dolía el brazo de tanto pellizcarse. Y nomás no se despertaba.
—Escúchame entonces, queda poco tiempo. —Entonces Rodolfo le indicó que metiera la mano en una herida abierta que tenía en el muslo. Gruñó, cuando Lorena metió la mano, pero no se movió. Del cálido interior de su carne Lorena extrajo un pequeño saco de piel, lleno de algo que parecía arena.
—Eso es magia. —dijo el reno. —La víspera de Navidad te vas a echar encima toda la magia de esa bolsa. Cuando lo hagas corre y adelanta todos los calendarios del mundo hasta el 6 de enero. No te olvides de los centros espaciales y todos esos lugares de comando humano. Ahora que tantos ya ni se molestan en levantar la vista de sus pantallas, es muy importante que también adelantes esos calendarios.
—¿Y cómo voy a dar con todos esos lugares?
—Con el mapa, te has olvidado de sacarlo. — dijo el reno.
Lorena entonces metió la mano otra vez en el muslo abierto de Rodolfo y sacó un pergamino. —Aquí no dice nada, ¡está en blanco! —Se quejó mirando acusadora al reno.
—Eso es porque aún no tienes la magia que se necesita para leerlo. —contestó el reno, burlón.
—Cómo son tercos, estúpidos e incrédulos los seres humanos. —dijo.
—Sí, en eso tienes toda la razón. —convino Lorena enrollando de vuelta el mapa. —Entonces la víspera de Navidad…
—Después de medianoche. Es muy importante que sea después de medianoche cuando ya estén todos dormidos, o no funcionará la magia.— interrumpió el reno.
—…después de medianoche cuando ya estén todos dormidos, —repitió Lorena, —me echo encima esto y adelanto todos los calendarios del mundo…
—Hasta el seis de enero. —terminó el reno.
—Bueno… ¿y si no están todos dormidos?
—Mientras parezca que están todos dormidos a tu alrededor es suficiente. La magia hará el resto.
—¿Y la gente que vive en otro tiempo, al otro lado del mundo?
—La magia se encargará de todo. —contestó el reno. —Tú solo haz lo que te digo. Ahora debo irme.
—¡No espera! Tengo otra pregunta.
—¿Qué?
—¿Y tú por qué quieres arruinar la Navidad? — preguntó Lorena, aunque en realidad solo hablo por decir algo. Le gustaba que estuviera ahí en su cuarto Rodolfo el reno, le gustaba que le hablara y le diera un mapa y una bolsa llena de magia y que confiara en ella, aunque fuera para hacer algo tan horrible como arruinar la Navidad.
—Mis hermanos…. —empezó Rodolfo, pero se detuvo y Lorena creyó vislumbrar algo familiar. Algo así como rencor… No, algo más profundo. Algo así como tristeza, en los ojos negros del reno.
—No importa por qué —dijo al fin. Como pensando mejor lo que estaba diciendo. Lo importante es que ambos tenemos un objetivo en común y podemos ayudarnos para que se vuelva realidad.
—Bueno…
—Se acerca el amanecer, tengo que irme. ¿Alguna otra pregunta?
—¡Sí! — exclamó Lorena, pensando rápido algo para preguntar. No quería que llegara la mañana, no quería que el reno se fuera. ¡Era tan magnífico, tan hermoso! Y Lorena no podía recordar la última vez que había compartido un secreto tan importante con alguien. Le daba igual que fuera un reno. De hecho le gustaba más que fuera un reno, ¡y no cualquier reno! Sino Rodolfo, el reno que guía a Papá Noel para encontrar el camino en la oscura noche de Navidad. Que estuviera ahí hablando con ella, significaba que era real. Todo era real, la magia era real. No sólo un truco barato para vender cosas en invierno y atragantarse de comida sin sentirse tan culpable.
—¿Por qué yo? ¿Por qué has venido aquí conmigo a decirme todo esto?
—Porque el ser humano es la única criatura a la vez lo suficientemente inteligente y estúpida para usar la magia de la navidad con fines ruines y egoístas. Yo soy un ser mágico, mi vida está sujeta al orden armónico de las historias. Pero tú no. Tú tienes libre albedrío y puedes actuar como tú quieras.
—¡Pero tú también! —lo interrumpió Lorena, agarrando más fuerte la bolsa y el mapa que tenía en las manos.
—No. —contestó el reno, paciente. —Yo estoy aquí porque le pediste un deseo a la primera estrella en el horizonte. La magia me trajo, y tu deseo, que es igual a mi deseo, me permite estar aquí. Pero ya pronto saldrá el sol. Tengo que irme.
—Pero… ¡no te vayas! —pidió Lorena estirando el brazo hacia él. —No me dejas sola, ¡quiero seguir hablando contigo! ¡Tengo… tengo más preguntas qué hacer! —exclamó sorprendida al notar cómo el reno que hacía un segundo era físico y tangible, de carne y hueso como ella. De pronto se volvía traslúcido y transparente, su voz como un eco distante.
Segunda parte,
continuará…
Imagen de Hermann Schmider en Pixabay