Que la vida nos sonría

Cuando empecé a escribir poesía no fue porque quisiera escribir y publicar libros, ni porque quisiera imitar a gente admirada por otros, para yo también ser admirado.

A lo mejor se me metió a la cabeza “ser escritor” desde niña porque mi papá amaba la literatura, admiraba a los escritores, y a mí en cambio me despreciaba. Ya sé que no era que ME DESPRECIARA A MÍ, pero mi papá estaba enfermo de demonios que le impedían convivir con la ternura y el cariño. Era incapaz de dar y recibir amor de forma convencional. Para que te des una idea, la primera vez que yo escuché a mi mamá decirle “te amo” a mi papá, fue en la morgue, el 24 de febrero de 2012 a pocas horas de que él muriera. Su cuerpo ya estaba tibio y a mí se me hacía rarísimo que mi papá no despertara para responder a nuestros sentimientos con algún comentario hiriente como de costumbre.

El 23 de febrero, yo tuve una sesión online con mi terapeuta porque no podía salir de mi casa. Le había donado un riñón a mi papá y aunque ya habían pasado 2 semanas desde la operación, muy apenas podía moverme. Me dolía horrible todo el cuerpo, sobre todo el vientre obvio, de hecho tardé meses en dejar de sentir dolor en el cuerpo. Y tardé años, al menos 7 años me ha tomado aceptar y sanar todo lo que pasó ese 2012.

Yo sentía que me volvía loca porque estaba sola casi siempre en mi casa, sin que nadie me dijera realmente cómo estaba mi papá. Mi mamá, mi hermano y mis tías hermanas de mi mamá hacían turnos para poder cuidarlo en ese hospital horrible del IMSS, con ese olor a cloro, enfermedad y manzanilla, que a mí me hizo sentir las noches que tuve que pasar internada ahí mientras me hacían las pruebas pre-operatorias necesarias, como si fuera un soldado herido y abandonado tras una guerra perdida, en algún país extraño.

Entonces mientras estaba en sesión con mi terapeuta, me marcó mi hermano “denise, vistete voy por ti. mi papá… no está bien. Está sangrando. Te voy a llevar a verlo”. Entonces literal sentí la adrenalina recorrerme el cuerpo entero, “Carlos me tengo que ir, mi papá… creo que mi papá se está muriendo”.

Crecer duele


Este año, 2019 he perdido algunos amigos y me dolió mucho perderlos, porque yo me encariño mucho con la gente que quiero.  Pero esa noche el 23 de febrero de 2012, que un pasito a la vez casi me arrastré hasta el piso donde estaba internado mi papá, mientras mi hermano estacionaba el carro… cuando lo vi por primera vez, tras 2 casi 3 semanas de no haberlo visto… porque yo lo vi por última vez 3 días antes de que nos operaran.

Y ahora lo veía por primera y última vez… flaco como un despojo, sus genitales monstruosamente hinchados, envuelto en pañales sangrantes como un bebé grotesco, su voz apenas audible, manchas blancas de saliva seca en su boca de labios partidos, los ojos brillantes de algo que me pareció incertidumbre y miedo… quise decirle “papá te amo” pero incluso entonces me dio miedo entregarle mi corazón, porque siendo yo muy niña se lo entregué y él lo hizo pedazos… Me dio miedo. Estaba él ahí a un paso de la muerte y a mi me dio miedo decirle que lo amaba… porque no hubiera aguantado que lastimara otra vez mi corazón, y yo había aprendido a guardar silencio, sobre todo frente a él, porque era imposible predecir cómo iba a reaccionar…. él me daba miedo. Siempre, casi siempre. Así que no le dije nada.

Solo le besé la frente, y me senté en su cama para acariciarle el pelo. Mientras él nos daba instrucciones: donde estaban los papeles importantes, qué hacer con su cuerpo… y otras cosas nos dijo. Entonces, cuando terminó de decir lo que tenía que decir. Empezó a sangrar otra vez y lo pasaron a quirófano de emergencia para quitarle el colón, porque solo así habría posibilidad de salvar su vida.

Mi hermano se quedó en el hospital y nos mandó a mi mamá y a mí a la casa, a dormir. Yo no sé cómo lo logré pero dormí y esa noche tuve un sueño.

Soñé que estaba en la sala de operaciones blanquísima mirando a mi papá tendido en la camilla como si lo viera flotando desde arriba. Algunas personas… creo que un doctor, o dos, y dos o cuatro enfermeras estaban concentrados operándolo y no se daban cuenta que estaba yo ahí. Pero mi papá estaba despierto mientras lo operaban y él sí sabía que yo estaba ahí viéndolo. Entonces sin palabras entendí que mi papá sentía mucha vergüenza y al principio no estaba segura por qué. Luego sin palabras entendí que mi papá tenía ganas de orinar, pero le daba vergüenza “hacerse pipí” ahí rodeado de extraños, conmigo viéndolo.

Entonces no sé cómo pero le hable con el corazón y en mi sueño le dije que no tuviera miedo, que si tenía ganas de hacer, que simplemente hiciera, que estaba bien, no tenía nada de malo. Nadie se iba a reír ni nada, “Tu puedes papá, si quieres ir, hazlo”.
Entonces de alguna manera que solo es posible en sueños supe que mi papá por fin “se había hecho pipí” y sentí ese alivio que se siente cuando por fin vas al baño después de aguantarte muchísimo.

Justo cuando sentí ese alivio desperté. Por un momento me dio miedo haberme yo orinado encima, como cuando era niña. Pero no, lo que me despertó fue el teléfono. Era mi hermano, quería que mi mamá y yo fuéramos al hospital. Y fuimos. En el camino me quedé pensando en el sueño y mi mamá me contó que ella ya estaba despierta cuando sonó el teléfono. Se había despertado sola minutos antes de que sonara…

Aún estaba oscuro cuando fuimos, las calles vacías. Serían las 4 o las 5 de la mañana. Y a mi me daba miedo toparnos con alguna balacera o carro sospechoso. En 2012 en Monterrey la violencia por la guerra contra el narcotráfico aún palpitaba duro, y me daba miedo. Pero nos recibió un camino desierto de mi casa al hospital.


Cuando vi a mi mamá desplomarse en brazos de mi hermano cuando nos dijo que mi papá había muerto. Cuando supe que había tenido 5 paros cardiacos durante la operación y que solo hasta el quinto los doctores ya no pudieron revivirlo. Cuando vi su cuerpo aún tibio y suave, como si estuviera dormido, floreció en mi corazón la certidumbre de vivir con ganas de vivir, con ganas de ser libre, con ganas de superar la vergüenza y vencer el miedo.

No fue una idea que surgiera con las palabras bien redactadas en mi mente, ni siquiera fue una certidumbre agradable. En realidad esas “ganas de vivir” más bien se sintió como terror ante la muerte. Terror de verdad, como un ataque de pánico. De esos que te aceleran el corazón hasta que casi sientes que te vas a morir de puro miedo, que te hace sudar, llorar, que casi te quieres desgarrar el cuerpo con las manos para que se quite y no hay a donde voltear porque parece que todo a tu alrededor cobra vida, suda, respira y parece que el espacio se va cerrando a tu alrededor como si estuvieras en un cuarto que se hace cada vez más pequeño.

Me daba miedo morirme y dejar tantos sueños inconclusos.

Me daba miedo morirme arrepentida por no haber “vivido con ganas” solo porque vivir con ganas me daba miedo.

Yo en ese entonces era alcohólica. Tenía 21 años. A los 15 había aprendido a ahogar la ansiedad, el miedo, la vergüenza con alcohol. Era el hazmerreir de mis amigos, el payasito que anda siempre alegre cagado de risa y cagando de risa a todo el mundo. Prefería ser un chiste con tal de no escuchar el llanto imparable que inundaba mi alma.

Y no cambié de la noche a la mañana. Te digo que me tomó 7 años cerrar ese capítulo. Pasaron muchas cosas… hice algunas cosas bastante estúpidas y peligrosas, me pasaron cosas que ojalá nunca hubieran pasado. Aunque claro también hice y logré cosas que me enorgullecen, que me ayudaron a sanar, aprender, crecer. A estar en paz conmigo, y con él. Y a ser una mejor persona para mí y para las personas que quieren estar cerca y que yo quiero tener cerca.

Pero toda transformación tiene consecuencias. No necesariamente “malas” y “buenas”, simplemente consecuencias. Cambios y a como yo lo veo, el cambio siempre implica creación y destrucción. Algo así como los incendios naturales, que arrasan con su fuerza destructiva bosques enteros. Y que a simple vista parecen algo muy malo, pero que en realidad son necesarios porque consumen árboles muertos que nutren con sus cenizas la vida que va a crecer en su lugar.

La experiencia de estos años desde que murió mi papá hasta ahora me ha enseñado (poco a poco y sigo aprendiendo) entre muchas otras cosas:

  • a dejar de cargar cruces que me sabotean (miedo, vergüenza, culpa, inseguridad)
  • a dejar que sigan su camino personas que pensé que eran mis amigos, que intenté hacer o conservar como amigos, pero que yo no merezco cuando el atractivo que sienten por mi persona se alimenta de mi ridículo o mi fracaso
  • aprendí a estar bien y en paz conmigo solo por ser yo, sin tener que ser el circo de otras personas, ni cumplir con estereotipos aprendidos de la tv o la cultura pop
  • aprendí a escucharme, a respetar mi deseo, a echar luz sobre el abismo de mi alma y a ver sin juzgar los monstruos que la habitan

ah, la soledad…

Lo que más sufrí de niña y mientras crecía fue la soledad. Mis papás estaban siempre trabajando, o dormido mi papá por el medicamento para controlar su bipolaridad. Batallaba para entenderme con las niñas de mi edad, no había niños con quienes jugar en mi vecindario porque yo era niña en una cultura machista y los niños no juegan las niñas.

De pequeñx nunca me llevé bien con mi hermano mayor y rápido aprendí a guardar silencio y hacer todo lo posible por pasar desapercibida como método de supervivencia. No podía cantar ni hacer ruido porque de inmediato me llovían encima flechas venenosas, lanzadas por mi papá o por mi hermano que solo me dejaban en paz cuando yo me esforzaba por hacer como que no existía. Engordé. A los 8 años me atasque con la silente satisfacción que provoca la comida. Comer era mi alivio y cuando mi papá necesitaba desquitar con alguien su frustración, y qué mejor blanco que una hija pequeña para hacer con ella lo que uno quiera. Comer también era mi venganza. Tragaba pensando que era posible comer hasta explotar y pensaba que un día comería hasta morir y entonces mi papá se daría cuenta del daño que me hacían sus palabras, se daría cuenta de que en realidad sí me amaba  (porque yo estaba segura que alguien que me trataba así, evidentemente era porque no me amaba) y entonces me consolaba pensando que un día me mataría de tanto comer y entonces mi papá por fin se daría cuenta del daño que me hacía y abrazaría mi cadáver arrepentido de haber sido tan malo conmigo…


Los gordos no bailan

O eso es lo que yo pensaba. Hoy en día que la danza es algo tan natural para mí como la poesía, como las ganas de aprender, de gozar, de vivir me sorprende cómo pude vivir tanto tiempo carente de algo tan importante para mí.

Yo no empecé a escribir poesía porque admirara la poesía o a los poetas, ni para ganarme el favor de nadie. Empece a escribir poesía porque me asfixiaban el terror y la soledad. Porque no podía cantar, ni bailar, ni reír… A mi papá le parecía insoportable cualquier cosa que no fuera el silencio, o el ruido que él hacía, porque “esta es mi casa, aquí se hace lo que yo diga y si no te gusta ahí está la puerta bien grande”. Esa frase fácil la escuchaba varias veces a la semana. Odiaba los fines de semana porque era lo más típico del mundo despertarme con sus gritos… y yo no podía gritar yo porque habría graves consecuencias.

Lo único que me quedaba, mi única salida era escribir. Escribía con furia. Escribía sin sentido, sin orden, con lágrimas embarrando la tinta en el papel haciendo casi ilegible lo que escribía. Pero no importaba. No escribía para leer lo que había escrito. Escribía para seguir viva porque escribiendo era la única manera para no volverme completamente loca.


Yo estoy tan llenx de fallas como cualquiera. Tengo miedos, inseguridades, deseos como cualquier persona. Venzo en algunas cosas y fracaso total en otras. Desearía que mis amigos fueran siempre mis amigos, desearía caerle bien a todo el mundo y que fuera imposible tener enemigos.

Estos últimos años lo que necesité y me ayudó a sobrevivir fue la soledad que tanto me hizo sufrir cuando era niña. No estuve sola todo el tiempo, obvio. El exceso de soledad no le hace bien ni a la persona más solitaria del mundo. Pero en lo que pudo ayudarme me ayudó dejando un sabor medio amargo y agridulce como una potente medicina. Y yo usé esa medicina porque era para mí y sabía que me haría bien. No le pedí permiso a nadie, claro que me dio miedo la burla y el rechazo de gente que no es mi amiga. Pero la muerte (y un chingo de terapia) me enseñó que una vida encadenado es mil veces peor que unas cuantas palabras estúpidas dichas por gente que se asfixia a sí misma con vergüenza y miedo.

Me hubiera gustado conservar intactas a todas las personas que alguna vez consideré mis amigos, gente a quienes les enseñé mi entraña, mi alma, mi corazón. Con quienes bebí y compartí, a veces mucho más que solo una sonrisa. Pero lo único intacto en el mundo, es la materia sin alma. Lo que no puede morir porque nunca estuvo vivo. Habiendo tanto plástico asfixiando el mundo aunque me duela como duele una inyección o una quemadura, prefiero estar viva, ser real, compartirme con personas que pueden ser mis amigos y que yo puedo ser amiga de ellos. Y si en ocasiones ser auténtico me obliga a pasar temporadas sola, quiero seguir creciendo y aprendiendo. Feliz de ser amiga de mi misma, y de haber sobrevivido la experiencia de ser mi peor enemigo.


Cerrando capítulos ¿por qué te digo todo esto?

El viernes pasado 4 de octubre de 2019 presenté mi primer libro de poemas, que publiqué de forma independiente a pesar de estar bien consciente del estigma de actuar distinto a lo que se espera. Pero yo me cansé de esperar a ver cuándo me caía la oportunidad del cielo y decidí construir mis propias oportunidades.

No fue fácil, como te digo. Tuve que aprender cómo crear esas oportunidades, tuve que invertir tiempo y dinero, tuve que pasar mucho tiempo sola, aguantar burlas y críticas, y tuve que vencer el miedo a lanzarme a lo desconocido. Y en eso sigo de hecho, porque el miedo creo que es algo así como una sombra, nunca se va del todo. Reaparece en cuanto te pones a contra luz. Y creo que el miedo más difícil de superar hasta ahora ha sido justo ese miedo a dejar ir personas que a lo mejor deseaban seguir cerca pero que yo tuve que dejar ir por respeto y amor a mi propia persona, porque entendí que nadie, ni siquiera uno mismo tiene porque pasarse la vida entera envenenando el alma que nos vuelve seres vivos, conscientes, reales.


El arte para vivir, vivir para el arte.


Y ahora que he dado porfin este gran primer paso, luego de tanto tiempo, luego de tanto miedo, luego de creer por momentos que mi tiempo había pasado, que ya estaba demasiado grande para vivir distinto, luego de llorar y acobardarme muchas veces por sentir que estaba luchando por algo imposible para mí. Por fin siento que estoy dejando ir rocas enormes que he estado cargando toda la vida sin darme cuenta. Cruces que no son mías. Que en su momento me sirvieron porque tras ellas me escudé, y porque su peso me hizo fuerte. Pero cruces al fin y al cabo que me sirvieron quizás, peor que ya no necesito. Y me siento dichosa de ver que no estoy solo. Que mi miedo en realidad no era más que eso: miedo. Y que ahora que lo estoy dejando ir, confirmo que no estoy sola. Están conmigo los que deben estar. Los que no están, que la vida los bendiga. Yo ni soy santo ni soy mártir para aguantar gente que me hace daño. Si la vida nos reúne otra vez, nos deseo dicha y buena onda. Para los que no, allá lejos de mí que se arreglen con su fortuna.


Lo que sigue, la vida y sus posibilidades infinitas

Ahora como todos los días en este constante ser y no ser, gozar y sufrir, me abro a la vida y a sus posibilidades infinitas. Me da un poco de vergüenza estar hablando así tan… contundentemente. Pero sentí que debía expresar lo que mi alma quería decir y al alma no le importan las modas, ni las formas, ni nada de eso que el tiempo transforma.

Doy gracias a la vida que me regaló la palabra escrita que por mucho tiempo fue la única vía que tuvo mi alma para existir. Y doy gracias a la vida, a mis amigos, a mis amantes, a mis maestros, a mis ancestros, a mi familia, y a aquello innombrable que a veces se viste de poesía, de danza, de amor, por este regalo que no sé cómo llamarlo, tantos nombres tiene:

  • vida
  • experiencia
  • sueños
  • deseo
  • tiempo
  • amor
  • fortuna

Como sea que se llame doy muchas gracias también por esto. Que la vida nos sonría.

Y bueno en un tono menos… épico, digamos. Ayer grabé este video de agradecimiento para todos los que fueron y colaboraron en la presentación de mi primer libro impreso: Los viajes oníricos de Onán. Muchas gracias a todes <3 También hago unos anuncios de un próximo taller de escritura creativa que voy a comenzar el 20 de este mes. Te dejo aquí el video y cualquier duda o comentario, escríbeme en comentarios más abajo o suscríbete a mi blog dejando tu nombre y correo que veas más seguido en la cajita al final. Que andes super super bien, la mejor vibra. Un abrazo.


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